Buenos CIO sí, pero no milagreros

La paulatina, aunque constante, salida de la recesión se espera que empiece a afectar a los Estados Unidos al final del presente año; a Europa durante el primer semestre de 2010; y a España en el transcurso del segundo semestre de ese mismo año. Ante esta perspectiva, cabría pensar que los CIO de nuestro país deberían replantearse nuevos esquemas de funcionamiento acordes con una situación económica con mayores ventajas y mejores posibilidades.

Evidentemente, si cambian las condiciones del mercado, las cuentas de resultados de las empresas van a verse arropadas por incrementos importantes e incluso, en algunos casos, significativamente ostensibles. Sin embargo, para los buenos CIO que hay aquí, los nuevos retos y objetivos a alcanzar se dirimirán en el terreno de la cuantificación, ya que están más que suficientemente vacunados en cuanto a dificultades coyunturales dentro de sus respectivas organizaciones, en las que se les demanda, y exige, su máxima implicación para salvar idóneamente cualquier tipo de problemática.
La crisis y posterior recesión en la que nos encontramos han venido a alterar las rutinas –aunque de mucho trabajo y siempre de gran responsabilidad– en las que nuestros CIO se venían moviendo. Se han visto empujados a contemplar nuevos tiempos y procedimientos en la consecución de objetivos porque lo que nunca ha variado ni disminuido es la presión –desde la proveniente del CEO, hasta de los responsables de las diferentes líneas de negocio o del departamento financiero– para lograr que no se notara o se vieran mínimamente afectados los parámetros de calidad que su compañía venía prodigando para mantener el pulso con los competidores. Haciendo un sondeo entre el colectivo de nuestros CIO –conociendo más directamente, y por lo tanto mejor, el cúmulo de responsabilidades que gravitan sobre su gestión– se comprende y valora más el esfuerzo diario que tienen que realizar para poder dar respuesta satisfactoria a todos –y cada uno de forma casi personalizada– los directivos que quieren endilgar al CIO la máxima culpa, si ellos no alcanzan las cotas de resultados que tienen asignadas.
Cuanto más se conocen las opiniones y los estados de ánimo de nuestros CIO en estos momentos, mejor se evidencia el grado de protagonismo que han conquistado en las organizaciones, coadyuvando notablemente en la mejor gestión de las compañías. Pero en esta espiral de mayor asunción de responsabilidades por parte del CIO, se están rebasando los límites coherentes de exigencia y da la impresión, por lo que le van solicitando, que los directivos que están en situación de poderle pedir ayudas le están empujando a que posea dotes, también, de milagrero. Se comprende que, invocando la situación económica que nos invade, se apele a la ya demostrada vena imaginativa del CIO, para que encuentre fórmulas magistrales que contribuyan a soslayar lo mejor posible la situación. Pero poner el foco en él como el elemento clave para abordar políticas de reducción de costes, aumento de productividad, incremento de eficiencia o mejora de servicios está muy bien siempre y cuando, paralelamente, se le consienta definir las estrategias adecuadas, tenga acceso a cualquier centro de la compañía que estime conveniente analizar y se otorguen a las TIC los recursos económicos mínimos imprescindibles que posibiliten alcanzar los objetivos que le piden. Porque lo de “conseguir más con menos” está muy bien como lema motivador y siempre y cuando todas las compañías lo aceptaran como norma a seguir. Pienso que las que tienen capacidad de saber analizar el presente con la mirada puesta en el futuro sabrán encontrar razonamientos impactantes orientados a considerar a las TIC como el revulsivo imprescindible para salir bien colocados y pertrechados de la recesión. Invertir bien es dinamizar el negocio, consolidar avances en los procesos y asegurar fuerza competitiva.
El buen CIO –tenemos abundantes ejemplos donde poder constatarlo– está evidenciando tener las ideas tan claras que no se arredra. Lo está demostrando al tener que enfrentarse a cualquier tipo de problemática y sabe salir fortalecido de la confrontación en su prestigio e imagen. Pero como, aun siendo buen CIO, o quizás por ello, se le sigue pidiendo actuaciones milagreras en momentos complicados, es recomendable objetivar la situación porque una cosa es llevar una trayectoria jalonada de aciertos para la buena marcha de la compañía y otra confiar tanto que esperen grandes resultados sin concederle todos los medios que, incuestionablemente, pueda necesitar. Y, aunque el CIO no se arruga cuando tiene que intervenir en el debate sobre modelo de negocio o estrategias de la compañía, es consciente de que uno de los retos del día a día es, también, amortizar las instalaciones, los equipos y el software ya que, en nuestro sector, los productos cambian con demasiada frecuencia y anualmente se renuevan los paradigmas. La necesidad del CIO, hoy, es ayudar al negocio a innovar y mejorar los procedimientos uniéndose, muchas veces, a la necesidad de instalar nueva tecnología o comprar nuevos sistemas. Con la particularidad de que, en demasiadas ocasiones, se observa que se está aprovechando un pequeño porcentaje de la infraestructura instalada. Este hecho debería dar lugar a preguntarse si es necesario cambiar todo para mejorar o ¿es grande la ventaja diferencial que se consigue al cambiar a un nuevo estándar o infraestructura? Hay que pensar que no, porque si fuera así estaríamos comprobando cómo los negocios recién creados y con toda la infraestructura nueva se encontrarían en mejores condiciones para competir que los antiguos que tengan equipos por amortizar. Algo que no sucede. Al menos, la ventaja competitiva de la “nueva IT” no es suficiente para compensar el conocimiento y la veteranía de las empresas con una mayor base instalada. Por ello, uno de los retos es aprovechar lo que se tiene, y no caer en la espiral de renovación y cambio de instalaciones como requisito previo a la innovación y la mejora.


Eugenio Ballesteros es analista independiente.
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